CAP 2 EL SECRETO DE LA LONGEVIDAD ANTIDILUVIANA pag. 53-55

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El Creador había advertido clara y definidamente al hombre acerca de tal peligro: “Porque el día que de él comiereis, ciertamente moriréis”. (Gal. 2:17); y, con todo, se hizo desobediente a la voluntad de Dios. El hombre no pereció instantáneamente, pero su vida personal y la de su descendencia se transformó en muerte progresiva.

Imaginémonos un fuerte árbol plantado. Su poderoso tronco con todas sus ramas y follaje se alimenta de las raíces que están ramificadas bajo tierra.
De pronto se desata un violento huracán. No puede arrancar el árbol de cuajo, pero rompe una de las ramas, echándola a tierra. Al desgajarse y caer no se seca inmediatamente; sus ramas más pequeñas permanecen elásticas; las hojas por un tiempo continúan reverdeciendo, porque en su interior la savia de vida sigue activa. No obstante, al estar separada del tronco y de la raíz, ella ya no puede recibir más el complemento de savia para su nutrición y, por consiguiente, comienza gradualmente el lento marchitarse de sus hojas y pequeñas ramas. Por último se seca totalmente y se desintegra.

Dios Padre es la raíz de toda la vida en el Universo. Su Unigénito Hijo es el tronco del cual proceden todas las cosas y por el cual subsisten todas las cosas. El hombre apareció como una de sus ramas principales. Se alimentaba de la raíz de la vida eterna, era fuerte mientras se mantenía en el tronco principal. Mas el huracán del pecado desencadenado por el diablo lo desgajó violentamente del tronco y, con ello, lo alejó de la raíz, no obstante, las poderosas fuerzas puestas en él durante su creación continúan en sus descendientes, aunque están destinadas a perecer.

Así la Tierra, preparada como el maravilloso y glorioso reino de Dios desde el comienzo para el hombre inmaculado e inocente, se transformó en un reino mundanal dirigido por el diablo. Más tarde, con el desarrollo de la vida en la Tierra fue deslizándose por la pendiente, porque el hombre puro se convirtió en pecador; creado para vida eterna, se hizo criatura mortal.

Al separarse de la raíz no murió instantáneamente, así como la rama del árbol, que no se seca en un abrir y cerrar de ojos. Tiene en sí acondicionadas fuerzas potenciales desde que fue creado; sus descendientes continúan existiendo, pero esta prosecución conduce hacia una muerte gradual. La muerte progresa y la Humanidad vive únicamente por inercia. La continuidad de la vida humana se va abreviando cada vez más.

Los primeros representantes de la familia humana vivían hasta la edad de 969, 800, 700, 500, 400, 250, 150 años.
En nuestros días es caso raro encontrar un hombre centenario pese a la evolución y progreso del deporte y los descubrimientos médicos, que no son otra cosa que débiles pajas en el Océano de la muerte, sobre las cuales la Humanidad, que está hundiéndose por el pecado, pretende sostenerse.

El Espíritu Santo, por medio del apóstol Pablo, dice lo siguiente acerca de esta situación: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, porque en él (esto es, en Adán) todos pecaron” Romanos 5:12

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