CAP. 4 Primera etapa del restablecimiento del reino de Dios

Cap. 4 pág.74-77

UN PUEBLO ELEGIDO

A pesar de la caída del hombre y la transformación del reino de Dios en reino de este mundo bajo el control de Satanás, la idea de Dios y su plan de salvación no son abandonados. El enemigo de Cristo – Lúcifer_ pudo, con adulación y astucia, adjudicarse el dominio sobre la Tierra, pero el derecho de propiedad jamás fue cedido por Dios.   El restablecimiento del reino de Dios sobre la Tierra debía sobrevenir tarde o temprano. Es cuestión de tiempo.
 Cuando la familia humana que sufrió la terrible lección y advertencia del diluvio se desliza nuevamente por la pendiente, y la Humanidad multiplicada comienza a organizar los reinos de este mundo sobre la Tierra purificada por el diluvio, rompiendo así la relación con el verdadero Dios. Este no abandona al hombre. Dios encontró individuos con los que fuese posible entrar en contacto y por medio de ellos establecer su influencia en la Tierra.
 La primera de estas personas fue el fundador del pueblo de Israel, Abraham. Actualmente llamamos amigos a los aliados. Todos los pueblos se transformaron en enemigos de Dios, pero en la Biblia, Abraham es llamado “amigo de Dios” porque decidió ser aliado de Dios, cumpliendo su voluntad y cooperando en sus planes en cuanto al restablecimiento de su reino en la Tierra.
 La amistad entre Abraham y Dios se convirtió en un formal tratado. Abraham prometió ser fiel a Dios; por su parte, Dios prometió a su aliado un gran porvenir. El pacto fue sellado con la sangre de animales, que simbolizaban un gran propósito posterior.
 Además de prometerle ayuda y bendiciones personales, Dios ofrece a Abraham grandes bendiciones para toda su descendencia. Su promesa fue: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren, maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.  Génesis 12:1-3
 “Maldita es la tierra por tu causa” fue dicho al hombre cuando éste se pasó del lado del diablo. Ahora Dios halló al hombre que voluntariamente se puso de su lado.  El restablecimiento del reino de Dios debió comenzar desde Abraham, como la semilla de la mostaza en la parábola de Cristo. Dios promete hacer de él un pueblo grande y, para comenzar la restauración del reino, darle la tierra de sus peregrinaciones.  Esta se hallaba poblada por tribus cananeas. Dada la mala inclinación de los pobladores de esta región y previendo su caída moral hasta el último límite, la justicia de Dios, no pudiendo soportarles mucho más tiempo, procede a limpiar este territorio.  Por esto le dice “.. tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí y será oprimida cuatrocientos años… y en la cuarta generación volverá acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí”   Génesis 15:3-16
 Nosotros medimos el tiempo con medidas humanas, pero para Dios, que es eterno, mil años son como un día. Los cuatrocientos años que los descendientes de Abraham tenían que esperar eran poco menos que un abrir y cerrar de ojos, ante la infinita eternidad.
 La predicción de Dios a Abraham se cumplió con exactitud. Su nieto Jacob en persona y sus hijos debían trasladarse a Egipto, donde una pequeña familia se transformó en un pueblo numeroso de aproximadamente tres millones.
Habitualmente, cada movimiento especial entre los hijos de los hombres se origina a través de jefes e iniciadores. Asimismo, para cumplir el propósito divino debía aparecer un jefe.
 El diablo, conocedor de la promesa dada por Dios a Abraham, sabía también que, transcurridos los cuatrocientos años, los descendientes de Abraham deberían retornar a Palestina, y que para aquel entonces debía manifestarse en Israel el jefe designado por Dios. Por tal motivo, incita a Faraón, rey de Egipto, a promulgar el edicto sobre el exterminio de varoncitos recién nacidos. La sangre de los niños no era necesaria para Faraón, pero para el diablo era imprescindible prevenir la aparición del jefe y de esta manera detener o destruir el plan de Dios.
 Pero las lágrimas del pequeño Moisés acostado en el canasto resultaron más fuertes que las órdenes de un poderoso monarca, y aun más que las del príncipe de este mundo, el diablo. Lo débil en las manos de Dios llegó a ser más fuerte que todas las fuerzas de la Tierra.
 Además, como si fuera una burla sobre el diablo, aquél a quien tenían que dar muerte, se estaba educando en el palacio real. En lugar de aniquilar al jefe predestinado lo están preparando los propios enemigos para un gran ministerio.
 El Creador del Universo y de la Tierra, bajo el nombre de Jehová, se revela a moisés en llama de fuego en medio de una zarza, llamándolo para una gran misión. Le concede pleno poder para sacar a Israel de Egipto y organizar al pueblo que debía iniciar el reino de Dios en su primitivo aspecto.
 Bajo la dirección del mismo Jehová, después de alguna lucha con las potencias de este mundo, el pueblo se libera de la dominación faraónica y se dirige hacia la tierra de promisión. En columna de nube o de fuego, Jehová personalmente va delante de su pueblo. En su marcha aparece la primera barrera: el Mar Rojo se extiende delante del pueblo. Restablecido ya del último golpe – la pérdida de sus primogénitos -, Faraón organiza, inspirado por el diablo, la persecución armada para aniquilar a Israel.
La destrucción del pueblo parece inevitable en los primeros días de su liberación. Delante está el mar embravecido. Detrás, los carros y los jinetes del Faraón. NO hay a la vista medio natural alguno para la salvación. Moisés se dirige en oración a Jehová pidiendo ayuda. “Dí a los hijos de Israel que marchen”, se le ordena desde el cielo en respuesta  a su petición. El abismo del mar se parte, el pueblo pasa en seco por el fondo del mar. El ejército de Faraón que persigue a Israel perece en medio de las olas.
 Este es un inusitado momento y un caso extraordinario en la historia de los moradores de la Tierra desde los días de su creación. Las aguas no se abren ante Moisés ni delante del pueblo conducido por él, sino ante la presencia del mismo Creador. Nosotros estamos acostumbrados a mirar este milagro como algo sobrenatural. Sin embargo, para Dios no existen maravillas, todo es natural para El y sus infinitos recursos

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