CAP. 11 El Reino de Dios y la Iglesia de Cristo

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EL REINO DE DIOS Y LA IGLESIA DE CRISTO  (pág. 194-198)  Cap. 11
 Ante nuestra mirada han desfilado uno tras otro los panoramas del reino de Dios en la Tierra, con todas las bendiciones que alcanzarán los seres humanos que vivan los días de la venida de Cristo y el restablecimiento del reino de Dios, para los que por su fiel comportamiento sean hallados dignos de ser librados de los juicios de muerte que caerán sobre la Tierra, pero ¿qué de la Iglesia de Cristo en ese tiempo, y cuál es su papel en el reino que se acerca?.
 En anteriores capítulos hemos visto que la Iglesia fue arrebatada de la Tierra en el comienzo de la Gran Tribulación.
 Al llegar los juicios de los siete años de la Iglesia se encuentra junto a Cristo en el trono del juicio, según Apocalipsis capítulo 4 hasta el versículo 7 del capítulo 6. Una parte de ella, bajo la figura de los veinticuatro ancianos sentados sobre los tronos dispuestos alrededor del trono de Dios, representa un organismo consultivo durante los grandes juicios. La segunda parte de la Iglesia, en presencia de los cuatro seres vivientes que rodean el trono, parece actuar como organismo ejecutivo. “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?” (1 Cor 6.2), dice Pablo. Esta designación de la Iglesia para juzgar al mundo parece cumplirse plenamente en el tiempo de la Gran Tribulación.
 Cuando el mundo, en su exasperación contra Dios, dirigido por el anticristo, reúne sus ejércitos en el Armagedón para la batalla con el Cristo que viene, vemos a la Iglesia avanzando con El como combatientes vestidos de ropas blancas y limpias. (Apoc. 10:11-14)
 Después de la derrota del Armagedón y de los juicios en el valle de Josafat, ella, juntamente con Cristo, toma parte en el juicio de recompensas para los que fueron decapitados en tiempo de la Gran Tribulación (Apoc. 20.4)
 En el restaurado reino de Dios ella reina con El como su Esposa. “Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”, dicen los representantes de la Iglesia (Apoc. 5.9-10). Sin embargo, debemos señalar el hecho de que la Iglesia en este tiempo se compone de miembros que tienen cuerpos inmortales y glorificados, semejantes al cuerpo de Cristo. Pero los que viven en la Tierra están aún en cuerpos temporales y mortales; por esa razón no puede haber plena convivencia en la Tierra entre la Iglesia y la Humanidad; de la misma manera como no existe reciprocidad entre los hijos de los hombres y los ángeles; aunque estos últimos, como servidores de Dios, están constantemente cerca de los vivientes en la Tierra y circunstancialmente han podido ser vistos por los seres mortales y alternar con ellos.
 Descubriendo el futuro del pueblo de Israel en tiempos del venidero reino de Dios, el Señor dice lo siguiente por boca del profeta Isaías; “Levántate, resplandece, Jerusalén; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (Isaías 60.1-3). “El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria” v.19.
Ante nosotros se presenta un majestuoso cuadro; en la Jerusalén terrenal, actualmente centro de atención mundial, se encuentra el trono de Dios –del Mesías Jesucristo-, como en otro tiempo estuvo en medio de Israel, en el desierto, el lugar santísimo del tabernáculo. Sobre el tabernáculo en el aire estaba el esplendor de la gloria de Dios. El pueblo de Israel, al ver la columna de fuego, sabía que en medio de ellos estaba la misma presencia de Jehová.
 Ahora sobre la Jerusalén terrenal, donde está su trono en el aire se ve un majestuoso esplendor de la Gloria de Dios, cuya luz excede a los rayos del Sol de nuestros días, y su reflejo se extiende por toda la Tierra.
 Todos los que viven en la Tierra, ante el resplandor que desciende sobre Jerusalén, saben  de la presencia permanente de Cristo. Esta gloria de la Jerusalén celestial que ilumina a la Jerusalén terrena es vista desde todos los puntos de la Tierra, es la misma Iglesia de Cristo, la cual es su Gloria.
 Concluidos los juicios sobre los hombres y purificada la Tierra,  Cristo y su Iglesia se alejan de la Tierra, pero continúa su presencia más allá de la atmósfera, visible para todos los moradores de la Tierra en la nueva Jerusalén. De allí provienen todas las órdenes a través del trono de David. De la Jerusalén terrenal las leyes del Señor son difundidas por medio de Israel, como sacerdotes de Dios, a los habitantes de toda la Tierra. (Ezeq. 43.6 a 48.35).
De esta manera, vemos que la Iglesia de Cristo permanece cercana a nuestro planeta durante todo el milenio. Pero en tiempos de necesidad, sin duda, sus miembros, y probablemente el mismo Señor, visitan a los moradores de la Tierra como en otro tiempo el Señor visitaba a Adán en el paraíso y conversaba con él; como El y sus ángeles visitaban a Abraham y tenían comunión con él y como en tantas ocasiones visitaron a muchos profetas.
 En términos generales, la escalera que vio Jacob, por la cual descendían y ascendían ángeles del Señor, estará abierta entre la Iglesia de Cristo y los moradores de la Tierra durante todo el tiempo del milenio.
 En nuestros días, el diablo, como príncipe dominante en el aire, actúa en los hijos de desobediencia en la Tierra (Efesios 2.1-2). Sus príncipes o jefes diabólicos ocupan cargos cerca de gobernantes y naciones enteras, dirigiendo su vida política (Daniel 10.12,13), y bajo la influencia de ellos cometen tales gobernantes funestos errores que amargan y ensombrecen las condiciones de vida en este mundo.
Durante el reino de Dios en la Tierra, Cristo y su Iglesia serán quienes ocuparán los dominios del aire, desde donde dirigirán la vida de todos los pueblos y de las personas en particular. Los reyes y sacerdotes de Cristo (1 Pedro 2 y Apoc. 1), o sea los miembros de su Iglesia, estarán detrás de los gobernantes y reyes de las naciones, siendo sus consejeros. Ellos enseñarán a todos los moradores de la Tierra. De  Cristo y de su Iglesia provendrán todas las bendiciones aprovechadas por los habitantes de la Tierra durante el reino milenial, y el conocimiento de Dios estará tan extendido como las aguas llenan los mares, dice el profeta Isaías en 11.9:  “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren la mar.”.

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