CAP.2 EL HOMBRE, IMAGEN DE DIOS

teruruguay@gmail.com (pág. 46-49)

Cuando Juan, el discípulo amado de Cristo, por inspiración del Espíritu Santo, viendo la elevada naturaleza interna del hombre creyente en la Tierra, y su futuro en la eternidad, exclama; "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. (1 Juan 3:2)

En la actualidad los que en El creen son personas nacidas del Espíritu de Dios, participantes de la naturaleza divina (1 Pedro 1:4). Su simiente permanece en nosotros; somos nacidos de lo alto para crecer, madurar y hacernos semejantes a El, y alcanzaremos esta semejanza cuando le veamos cara a cara.

Pues bien, a esta semejanza que aguarda en el futuro a todos los santos fue creado el hombre desde el comienzo, porque antes del proceso creador Dios dice: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza"; y cuando concluyó el proceso creador repite; "Y creó Dios al hombre  a su imagen, a imagen de Dios lo creó" (Génesis 1:27). Solamente a la imagen! Pro ¿dónde está la semejanza? "Ahora somos hijos de Dios, pero seremos semejantes a el"  Aquí tenemos el propósito e intención de Dios. Es el plan de Dios que el hombre no sólo sea la imagen suya, sino que sea semejante a El. En la creación del hombre por Dios sólo a su imagen comenzó la realización de este plan.

El pequeño árbol que está plantado en el huerto tiene raíces, tronco, ramas y hojas. Es la imagen de un árbol grande, provino de la semilla que tiene las propiedades del árbol grande; sin embargo, no es semejante a su progenitor. Todavía no puede traer frutos, no puede cubrir con su sombra a los que la buscan para refrescarse del calor del verano, porque carece e una copa de grandes ramas. Sin embargo, fue plantado a fin de que en condiciones normales pudiera crecer, desarrollarse y fortalecerse hasta lograr la semejanza del árbol grande.

El niño recién nacido tiene la simiente de sus padres, la imagen de sus padres; no obstante, no es todavía semejante a ellos en fuerza ni en capacidad intelectual. Debe alimentarse y , en condiciones normales, desarrollarse, crecer y llegar a ser semejante a sus padres, de cuya simiente provino.

El hombre, que debía ser semejante a Dios, que apareció en la Tierra únicamente como imagen de Dios, debía crecer hasta alcanzar la semejanza de Dios. Aquí no se trata de una evolución ni de la transformación de una criatura inferior en una criatura superior, sino de su crecimiento, desarrollo y perfeccionamiento.

Para esta progresión creciente fueron preparadas por Dios todas las condiciones indispensables. Si Adán hubiera permanecido fiel al camino que Dios le había señalado, sin duda hubiera sido iluminado con la gloria con que fue iluminado el segundo Adán en el monte de la Transfiguración y hubiera oído las solemnes palabras; "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mateo 17:5). Aun cuando fuera un hijo en minúscula, mientras que Aquél, el Primogénito, lo era en mayúscula.

Dios el Padre es espíritu; nadie jamás le ha visto. Pero el Verbo de Dios, el Unigénito, anterior a toda criatura, por quien y para quien fueron creados los mundos visibles e invisibles, el cual se manifestó posteriormente en carne, tuvo, evidentemente, desde su nacimiento en Belén la imagen humana, la tiene en la actualidad y la tendrá por siempre jamás (Apocalípsis 1:12-15)

Sin embargo, ya en imagen humana Dios tuvo relación con Adán en el paraíso. Con esta imagen aparecía siempre a los patriarcas antediluvianos. Con la misma imagen El se manifestaba a Abraham, Isaac y Jacob, con quienes dialogaba descubriéndoles el futuro de sus descendientes. En la misma imagen bajo el nombre de Jehová aparece a Moisés y le hala cara a cara. Semejante al Hijo del Hombre, Isaías lo ve en el trono, y más tarde despreciado, humillado, sufrido, llevando sobre sí los pecados de todo el mundo.

En forma humana lo ven Ezequiel, Daniel y todos los profetas que proclamaron las revelaciones de Dios. En esta misma imagen. El, como Cordero de Dios, sufrió y murió en la cruz, apareció a sus discípulos después de la resurrección, ascendió a los cielos y sentado ahora a la diestra del Padre, y aboga por el hombre pecador, débil y arrepentido.

En forma humana será su segunda venida. Así lo ve Juan en el Apocalípsis, y conforme a esta imagen perfecta en belleza física y moral serán todos los redimidos por su sangre, los nacidos del Espíritu de Dios.

Desde luego, el hombre contemporáneo es portador de la imagen de Dios, pero no de la semejanza. Como algunas tribus de África, al apartarse en las junglas, degeneraron gradualmente, se embrutecieron y se transformaron en pigmeos, de la misma manera todo el género humano, al  alejarse de Dios y separarse de El, se transformó en una lamentable parodia de aquel verdadero hombre que fue creado desde el principio a la imagen y semejanza del Hijo de Dios, Cristo Jesús.

Pero vendrá tiempo en que el cuerpo humano, estropeado, deformado por el pecado y por las enfermedades, será restablecido, glorificado y hecho semejante a su cuerpo de gloria. "Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial"... (1 Corintios 15:47-53)

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