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cap. 12,   EL TERCER MUNDO, DISPUESTO PARA LA ETERNIDAD 2. (pag.  216-218)

Esta gloriosa  realidad no está basada  en deseos, invenciones o suposiciones humanas, sino en la firme e inconmovible Palabra de Dios expuesta en las páginas de la Biblia, por cuanto todo lo que ella  expresa se cumplió a lo largo de miles de años en el tiempo pasado y se cumple en nuestros días; así se cumplirá también todo aquello que está escrito respecto al futuro, porque fiel es Dios, el cual revela a los hijos de los hombres este futuro cercano. 

Cuando  seguíamos el desarrollo del reino de este mundo sobre la Tierra, pusimos atención al hecho de que en el período de decadencia moral que se encontraba la gente, y ante la imposibilidad de reprimirla, nos preguntábamos: ¿Hacia dónde va nuestro mundo, y cuál será su fin? Dios dio esta respuesta que ya hemos considerado. 

No  obstante, observando atentamente  a los moradores  de la Tierra, descubrimos que desde la remota antigüedad existía otra categoría de gente  que no conformaba su vida con la corriente general de este mundo, sino que aspiraba  a conocer la voluntad de Dios y ajustar su vida a dicha voluntad. Esta gente  aspiraba a servir a Dios, pero delante  de El se preguntaba: ¿Qué nos  aguarda ay cuál es nuestro futuro como siervos de Dios? La pregunta no es  egoísta, sino correcta, normal y santa. Dios no pretender tener entre los hijos de los hombres siervos ciegos: El tiene necesidad de hijos que le sirvan por amor, que sepan a quién están sirviendo y cuál será su remuneración. El no dejó  esta pregunta de sus santos sin prestarla   la debida atención,  sino que la dio  respuesta con clara definición y certeza. 

El primer hombre e la Tierra que hizo esta pregunta  fue Abraham, llamado el amigo de Dios y padre de todos los creyentes en Dios. En el libro de Génesis hallamos  aa Abraham delante  de Dios. Por su fidelidad Dios le promete una gran recompensa, y éste, deseando conocer tal recompensa, le pregunta: "Señor Jehová,  ¿qué me darás, siendo  así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Elliezer?" (Génesis  15:1,2). 

La pregunta de Abraham y la promesa de Dios no conciernen solamente  a la herencia terrenal del interrogante. Abraham  vislumbra algo mucho más grande. La promesa del Señor se extiende hasta la eternidad. 
Revelando esta recompensa, el Espíritu de Dios, en la carta a los Hebreos, dice respecto a Abraham que  "esperaba  ciudad estable y firme, cuyo arquitecto y constructor  es Dios"( Hebreos  11:9,10)

"Dueño y Señor!" ¿qué me darás  Tu?, pregunta  Abraham y en respuesta Dios le descorrió el velo de la eternidad, y ante la mirada  del interrogador  aparece la ciudad con una gloria y grandeza extraordinarias; no se trata  de una ciudad fantástica, sino de la ciudad firme cuyo Arquitecto y Constructor es Dios. 

Viendo esta  gloriosa e imperecedera  recompensa, el patriarca consideró todo lo temporal y terrenal como vanidad.  Recordemos el  altercado entre los pastores  de Lot y los pastores  de Abraham. Cuando  el incidente llegó a oídos  del patriarca, éste hace una proposición a Lot: Separémonos; ¿por qué tenemos que discutir  por causa  de la tierra? Escoge la dirección;  si fueres a la mano derecha, yo iré a la izquierda. 

 Parece que en ese momento de la conversación se encontraban en una de las colinas de Palestina. Y Lot,  levantando los ojos  sobre la región que los rodeaba, viendo  verdecida  la llanura  de Sodoma y Gomorra, declara: Yo  iré hacia esa dirección: ése  será mi territorio, lugar de pasto para mis rebaños. 

Abraham no discute la elección de Lot, por cuanto su mirada, su aspiración, no es el verdor  del pastor  de este mundo, sino la eterna  morada, la ciudad majestuosa preparada por Dios para los santos. Y sobre  esta ciudad descansaba su mirada. Allí está su nombre, como ciudadano inscrito en el libro de la vida.  Aquí, en este mundo, él era solamente  un extranjero  peregrino que se dirige hacia  la patria  eterna. 

Abraham, los otros  patriarcas y todos los profetas, vislumbrando aquel glorioso porvenir, lo sacrificaban todo en la Tierra: algunos inclusive sus propias vidas, tan sólo  para no privarse de la recompensa  eterna.


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