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CAP. 12 EL TERCER MUNDO, DISPUESTO PARA LA ETERNIDAD (pag. 220.222)
Hacia el final del reino milenario el proceso creador de Dios habrá alcanzado el último límite. Las almas predestinadas para la eternidad tienen cuerpos celestiales que ni se multiplicarán numéricamente ni disminuirán por muerte. El nido en que ellas nacieron y se desarrollaron en su vida terrena ya no es necesario, quedó definitivamente roto, pues los polluelos humanos se convirtieron en águilas de la eternidad. Ya no se sienten atados a las condiciones en que habían nacido.
Los cielos nuevos y la tercera Tierra son el eterno reino de cuerpos celestiales (soma ouranou) y no del cuerpo físico temporal. Y para la humanidad que alcanzó la etapa inmortal y se halla ahora en inmortales y glorificados cuerpos, la necesidad de la presencia de tanta agua como hoy existe en la Tierra no es necesaria (1 Corintios 15:54)
Además de la ausencia del mar que Juan observa, ve aún una particularidad más en la nueva Tierra que no existía en la primera Tierra (antediluviana) ni en la Tierra actual, ni en el período milenario del reino de Dios. Sobre esta característica dice: "Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con os hombres, y él morará con ellos: y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios" (Apocalípsis 21: 2,3)
"Señor y Dueño!", ¿qué me darás Tú?, le preguntaba antiguamente Abraham al Señor respecto a su futuro. Y Dios descorrió ante él el velo de la eternidad y le mostró lo que les aguarda en el porvenir a todos los santos como recompensa a su fidelidad. Y Abraham, viendo esta recompensa, aspiraba a una sola cosa: no perderla Proseguía hacia la ciudad de la cual el arquitecto y constructor es Dios.
Si fue esta ciudad ya acabada en los días de Abraham o solamente le fue mostrado el modelo de la misma no lo sabemos. Es posible que viese tan solamente el plano, pues Cristo mismo, en su alocución de despedida, dice a sus discípulos: "voy pues a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Juan 14:1,3)
La nueva Jerusalén es la morada eterna de Cristo, de su Iglesia y de todos los santos partícipes de la primera resurrección.
Durante ele reino milenario la nueva y eterna Jerusalén con todos sus habitantes se encuentra en los ámbitos del aire. sobre la terrenal y temporaria Jerusalén. La gloria y luz que de ella desciende, semejante a la gloria en el desierto, alumbra la Jerusalén terrenal y es vista desde todos los confines de la Tierra. Todos los moradores se encuentran bajo el influjo y la dirección de la nueva Jerusalén: del trono de Dios provienen todas las leyes y disposiciones durante el milenio.
Y ahora, después de la catástrofe de fuego durante la cual la Tierra es purificada de todas las huellas de las actividades satánicas y preparada para eterna morada de la reciente Humanidad, la nueva Jerusalén desciende y se une a la tercera Tierra para siempre.
En el pasado, tan pronto como Israel fue llamado para el inicio deel establecimiento del reino de Dios en la Tierra, Jehová quiso estar personalmente presente en medio de su pueblo: Conforme a su mandato Moisés preparó el tabernáculo (Exodo 25:9-40)
En el tabernáculo había una separación principal entre el lugar santo y el lugar santísimo; en este último. Moisés hablaba con Dios cara a cara. En el lugar santísimo recibía personalmente de Jehová las directivas indispensables. Desde el lugar santísimo Jehová dirigía a su pueblo.
Moisés, al construir el tabernáculo, se guiaba por el plano mostrado por Dios oportunamente, durante su permanencia de cuarenta jornadas en el monte. Aquel tabernáculo rudimentario era símbolo y figura del eterno tabernáculo, la nueva Jerusalén. Y así como Dios, desde el tabernáculo, conducía a su pueblo en el principio del establecimiento de su reino en la Tierra; y así como desde la nueva Jerusalén que estaba en el aire dirigió el reino de la Tierra durante mil años, de la misma manera, a lo largo de toda la eternidad. El, con su Iglesia, dirigirá todo el Universo, por cuanto el trono de Dios y del Cordero estará en la nueva Jerusalén por los siglos de los siglos. (Apocalípsis 22:3).
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