CAP 7. La ilustración de Enoc pag.. 118-121

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(pág. 118-121)

Cuando la Humanidad se deslizaba rápidamente por la pendiente al precipicio y se dejaba llevar por la complacencia de la carne en todas sus manifestaciones, sin prestar atención al llamado del Espíritu de Dios, entre los habitantes de la Tierra se encontraba una persona que vivía santamente, éste fue Enoc.  La narración bíblica acerca de él es la siguiente: "Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas, Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Y caminó Enoc con Dios y desapareció, porque lo llevó Dios" (Génesis 5: 22-24)

En el Nuevo Testamento encontramos estas palabras acerca de él: "De éstos profetizó también Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí viene el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las  cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él" (Judas 14,15)

Al parecer, cuando se realizaban festines y toda clase de diversiones y retumbaban rudimentarias orquestas antediluvianas, Enoc no prestaba oído a esta música, sino que buscaba la soledad y el aislamiento para escuchar la voz de Dios, y sus órdenes para cumplir la voluntad divina y no los deseos de la carne. El recibía las revelaciones de Dios relativas al porvenir de la Humanidad y a los severos juicios que le esperaban. Enoc empleaba el tiempo llamando al arrepentimiento a los moradores de la Tierra. Como se puede ver, todo el período de los trescientos años de su vida terrenal estuvo consagrado a esta gloriosa actividad. Cuando el mundo había rechazado su último llamado al arrepentimiento y ya se acercaba su fin, Enoc desapareció de en medio del vivientes, su voz había cesado, porque Dios lo llevó consigo.

Cuando la Humanidad recibía el pago por sus obras, Enoc ya no estaba entre los habitantes de la Tierra, sino con Dios, observando estos juicios desde el trono del Altísimo. Posiblemente él haya participado en los juicios y en el pronunciamiento de la sentencia definitiva, porque todo proceso judicial requiere testigos, pues sin éstos no se puede pronunciar la sentencia. Y Enoc, como testigo, sin duda estuvo delante del Gran Trono del Justo Juez, atestiguando acerca de la raza humana en la Tierra, a la cual en otro tiempo predicaba, llamándola al arrepentimiento durante el período de trescientos años.

Observando cuidadosamente los caminos de Dios revelados en la Biblia, hallamos los siguientes pasos en su trato con sus criaturas: Primeramente rodea a la persona, grupo o nación con bendiciones especiales. Si ante las bendiciones la persona o grupo no se detienen en sus caminos de pecado que ellos mismos han escogido y no rinden gloria a El, comienza a afligirlos con diversas pruebas, con el propósito de despertarles, enviándoles al mismo tiempo a sus testigos para que los llamen a arrepentimiento.

Pero si las bendiciones  los golpes y los llamamientos son rechazados, Dios deja a tales individuos, naciones y hasta el mundo entero, permitiendo que vayan por sus propios caminos de perdición, acelerando así el tiempo de los juicios definitivos, de su condenación y muerte eterna.

Enoc fue para el mundo antediluviano el último heraldo de Dios que llamaba al arrepentimiento  pero cuando esta voz fue rechazada. Enoc fue apartado, el mundo maduró en su pecado y Enoc debía comparecer ante el trono del Altísimo en calidad de testigo (Hebreos 11:5-7)

Nuestro mundo contemporáneo, individual y colectivamente, va por el mismo camino de sus precursores. Dios rodea a los vivientes con sus bendiciones, a veces les envía castigos para despertarles, como individuos o como naciones enteras  y al mismo tiempo tiene en este mundo su Enoc, su testigo, como lo tenía en el mundo antediluviano, El contemporáneo Enoc no es una sola persona, ni un grupo pequeño, sino toda su Iglesia, compuesta por millones de personas redimidas por El.

La tarea de este actual Enoc en nuestro mundo es idéntica a la del Enoc antes del diluvio: recibir las revelaciones del Señor y llevarlas al mundo, que se cubre cada vez más con espesa oscuridad: advertir a los habitantes de la Tierra sobre los juicios que se aproximan como paga por el pecado y llamar a todos  al arrepentimiento.

El Enoc antediluviano y el actual son idénticos, y el fin de su existencia terrenal debe serlo también. El Enoc del Antiguo Testamento anduvo delante de Dios predicando su nombres y  luego desapareció, pues Dios se lo llevó, librándolo de los juicios que se acercaban. Asimismo, la Iglesia tendrá que ser llevada de en medio de la Humanidad contemporánea antes de la aparición del superhombre sobre la arena y los posteriores juicios que han de venir.

Llamamos ya la atención al hecho de que antes del fin del mundo deberá organizarse la séptima potencia mundial de coalición de naciones, la que será después reemplazada por la octava -la satánica- en la persona del superhombre escogido por todos, a quien Juan llama simbólicamente "la Bestia" en el Apocalípsis.

Pero su aparición y entronización sobre las naciones será absolutamente imposible mientras el contemporáneo Enoc -la Iglesia- se encuentre en la Tierra, porque al régimen del período de siete años del superhombre la Biblia lo llama el tiempo de la Gran Tribulación, acerca del cual dice Jesús: "Si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo" (Mateo 24:21,22).

En el transcurso de siete años, según parece, el mundo entero será sometido a grandes golpes sucesivos de juicio semejantes a los que ocurrieron en el antiguo Egipto en los tiempos de Moisés.

Estos castigos provienen del trono del Dios altísimo;  sin embargo, no puede haber juicio en contra del mundo acusado sin haber testigos presentes. Y este testigo puede ser solamente el contemporáneo Enoc, quien en la actualidad llama a los hombres de la Tierra al arrepentimiento. Por eso, el Enoc de nuestros días debe ser llevado al trono judicial antes de que comiencen los juicios y antes de la Gran  Tribulación. La Iglesia, que actualmente sufre juntamente con su Cabeza, deberá tomar parte en dichos juicios, atestiguar contra el mundo, confirmar la justicia y la equidad de la sentencia.




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