CAP 9 OBRA MISIONERA FINAL pag. 143-148
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Los ciento cuarenta y cuatro mil hebreos que han recibido su testimonio, sabiendo que el tiempo está cerca, que el Mesías ya viene y el reino de Dios está a la puerta, dejan sus hogares, sus parientes y todo lo que poseen, se dispersan de dos en dos por todas las naciones. Van de choza en choza, de aldea en aldea, de ciudad en ciudad. Comenzando desde Jerusalén, predican por toda la faz de la Tierra la inminente llegada del reino de Dios (Lucas 10:7,33). Previenen a los moradores de la Tierra que viene el Rey legítimo, Rey de reyes y Señor de toda la Tierra. Los pueblos se hunden en el pecado, en el libertinaje, glorifican al superhombre y están dispuestos a rendirle adoración, pero ellos anuncia: "Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de juicio ha llega; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (Apocalipsis 14:7)
Al lado de la predicación verbal confirman su ministerio con manifestaciones del poder de Dios, porque el Espíritu que obraba en otro tiempo en Moisés y Elías, en Cristo Jesús durante su primera venida y en sus discípulos en los primeros días de la iglesia, se manifiesta ahora en ellos con todo poder.
Los enfermos son sanados por ellos; los muertos resucitan; los enemigos que procuran impedir sus actividades son derrotados con severos castigos, como en tiempos antiguos eran castigados por Moisés y Elías; Egipto, Acab y Jezabel.
Pese a la hostilidad de todo el mundo, muchos millones de entre los moradores de la Tierra pertenecientes a todas las tribus y lenguas que en otro tiempo fueron religioso, personas de alta moral y miembros de diversas iglesias, pero que no había recibido la regeneración del Espíritu Santo y por tal motivo en el momento del arrebatamiento de la Iglesia se quedaron en la Tierra, ahora, al escuchar la predicación de boca de los misioneros hebreos, se adhieren a ellos completamente (Apocalipsis 7:9-14). Ayudan a los predicadores ambulantes y cuando les es posible, los defienden.
Cuando el mundo se apresta a introducir la nueva religión universal y la adoración al diablo, todos estos millones se aprestan ahora para el encuentro del Señor que viene y para el establecimiento del reino de Dios sobre toda la Tierra, en lugar del reino del diablo existente.
El superhombre y su flamante gobierno, el estar ocupados en diversas reformas, en la eliminación de los sistemas religiosos muertos, preparando el mundo para la nueva religión estatal, aunque aborrecen a los dos profetas y a sus representantes -misioneros dispersados por todas las naciones, menospreciando su testimonio-, no tienen, por el momento, tiempo ni fuerzas para prestar atención a sus actividades, al estar absorbidos por quehaceres más importantes. El superhombre está obligado a soportar por espacio de tres años y medio la labor de ellos. Además, algunas tentativas de carácter local para impedir sus actividades terminan con castigos sobrenaturales, como sucedía en la antigüedad con los enemigos de Elías, que eran derrotados por Dios cuando intentaban prenderle.
Hacia el final del período de los tres años y medio todas las riendas del gobierno, el control sobre la vida política y económica del pueblo se consolida completamente en las firmes manos del superhombre.
De los viejos sistemas religiosos no queda ni rastro. Para el diablo y su hijo encarnado "el anticristo" llega el momento culminante de proclamarse el dios de todos los vivientes en la Tierra. Las religiones antiguas han sido exterminadas. La propaganda está preparada para que el pueblo adore al anticristo. Es fijado el día de la fiesta universal. En Jerusalén, donde recientemente se ha edificado su suntuoso templo en el mismo lugar donde estuvo situado el de Salomón, se erige con toda premura un majestuoso trono sin precedentes hasta el momento en el mundo, sobre el cual el superhombre se apresta a ascender como Dios, haciéndose pasar por Dios (2 Tesalonicenses 2:3,4). Los especialistas en arte y pintura, los grabadores de piedras preciosas trabajan febrilmente para hermosear el trono y finalmente terminan su labor.
De parte del diablo y su mundo todo está listo. Pero existe un obstáculo en el camino del superhombre hacia la conquista del último objetivo. Este obstáculo es el pueblo de Israel. Hemos visto que en el comienzo Israel lo aceptó como su mesías y concluyó con él un tratado de siete años. Cuando él limpiaba la Tierra de sistemas religiosos muertos los rabinos de Israel, confiados en que él posteriormente introduciría el judaísmo como religión universal, colaboraron en todo. Pero ahora ven que, en lugar del judaísmo, él se apresta a proclamarse Dios en el mismo templo que construyeron para el culto de Jehová. La erección del majestuoso trono y el contenido de sus proclamas político-religiosas los desengaña, ya que dicen que en cierto día señalado deberán arrodillarse delante de imagen todos los habitantes de la Tierra, y entre ellos también Israel; pero al judío le es imposible soportar esto.
En su tiempo Israel rechazó a Cristo, al legítimo Mesías, solamente porque estando en carne humana se llamaba a si mismo Dios. Por esta razón Israel, hasta el presente, no lo acepta. Los hebreos no pueden comprender el hecho de que el Dios Creador pueda estar en carne humana (Juan 5:16,18 10:31:33.
Existe gran efervescencia en Israel desde el primer dia de la entronización del anticristo. Los jefes religiosos y el gobierno lo recibieron como venido en su nombre, pero al parecer Moisés y Elías anunciando al pueblo que el pretendido Mesías era un impostor y que se prepararen para el inminente encuentro con el verdadero Mesías-cristo, la calado cada vez más hondo, sobre todo al ser apoyado con milagros manifiestos.
Al principio el pueblo desconfiaba de ellos, a excepción de los 144.000 "primogénitos" de Israel. Pero a medida que el superhombre manifiesta su carácter como tal, los ojos de los jefes religiosos de Israel se abren cada vez más, tomando conciencia de su error respecto al verdadero Mesías. Al apartarse del impostor sienten cada vez más afecto hacia los dos testigos de Dios.
Cuando la noticia sobre la intención del anticristo de proclamarse a sí mismo como Dios constituye un hecho inminente; cuando habrá comenzado la profanación del templo con la erección del trono construido en su interior, los jefes religiosos del pueblo, como un solo hombre, y tras ellos todo el pueblo, se pasan abiertamente del lado de los profetas y se sublevan contra el impostor. El pueblo entero como una sola alma está listo, si se requiere por la fuerza, a impedir la profanación del templo.
Pero ¿qué puede hacer un pequeño puñado de hebreos contra el señor universal, apoyado y deificado por todas las naciones?. El reconocimiento de esta impotencia obliga al pueblo a ponerse enteramente bajo la protección de los dos enviados de Dios, como antiguamente el pueblo estuvo bajo el amparo de Moisés y Aarón, en los tiempos de lucha con Faraón, porque estos dos profetas son seres sobrenaturales y sólo ellos pueden proteger al pueblo de su derrota y los castigos que amenazan a los rebeldes judíos.
En vista de que no hay manera de celebrar la ascensión al trono en el templo de Jehová, excepto por la supresión de los dos revolucionarios profetas de Israel, se aplaza la festividad hasta haber logrado la pacificación necesaria.
Concluido el tratado de siete años entre el anticristo y el pueblo de Israel, el amo se niega a renovarlo y comienza la terrible lucha, la última batalla entre Dios y el diablo, entre los poderes visibles de Dios y las fuerzas de Satanás.
Para despejar la Tierra de las personas que permanecieron fieles a Dios, le es indispensable, ante todo, a Satanás alejar a los dos profetas bajo cuya protección se encuentra el pueblo de Israel y todas las personas creyentes diseminados entre todas las naciones, fruto de la labor realizada por los misioneros hebreos.
Es cuestión de arrestar a estos perturbadores, y a tal efecto envía fuerzas para sorprenderles. Pero en el capítulo 11 de Apocalípsis leemos: "Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos: y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera".
En su tiempo, cuando el hijo de Acab, rey de Israel, enviaba a dos destacamentos de soldados -uno tras otro- para arrestar a Elías, fueron destruidos por el propio Elías con fuego que descendió del cielo y los consumió (2 Reyes 1:9-12).
No sabemos por las Sagradas Escrituras cuánto tiempo dura esta lucha con los profetas y qué tentativas emprende el superhombre para destruirlos por medio de sus subordinados. La lucha de Moisés con Faraón, de Israel con Egipto, en tiempo antiguos, con toda probabilidad duró unos cuantos meses, hasta que Egipto fue sometido al último castigo.
Ahora la lucha del superhombre con Moisés y Elías continúa -según parece por el estudio profético- por tres años y medio. El anticristo y todo el mundo que está bajo su dominio detestan a los dos profetas y a los misioneros enviados por ellos, diseminados por todos los países, y aborrecen a todos los que prestan oído a sus predicaciones y siguen sus enseñanzas.
Los ciento cuarenta y cuatro mil hebreos que han recibido su testimonio, sabiendo que el tiempo está cerca, que el Mesías ya viene y el reino de Dios está a la puerta, dejan sus hogares, sus parientes y todo lo que poseen, se dispersan de dos en dos por todas las naciones. Van de choza en choza, de aldea en aldea, de ciudad en ciudad. Comenzando desde Jerusalén, predican por toda la faz de la Tierra la inminente llegada del reino de Dios (Lucas 10:7,33). Previenen a los moradores de la Tierra que viene el Rey legítimo, Rey de reyes y Señor de toda la Tierra. Los pueblos se hunden en el pecado, en el libertinaje, glorifican al superhombre y están dispuestos a rendirle adoración, pero ellos anuncia: "Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de juicio ha llega; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (Apocalipsis 14:7)
Al lado de la predicación verbal confirman su ministerio con manifestaciones del poder de Dios, porque el Espíritu que obraba en otro tiempo en Moisés y Elías, en Cristo Jesús durante su primera venida y en sus discípulos en los primeros días de la iglesia, se manifiesta ahora en ellos con todo poder.
Los enfermos son sanados por ellos; los muertos resucitan; los enemigos que procuran impedir sus actividades son derrotados con severos castigos, como en tiempos antiguos eran castigados por Moisés y Elías; Egipto, Acab y Jezabel.
Pese a la hostilidad de todo el mundo, muchos millones de entre los moradores de la Tierra pertenecientes a todas las tribus y lenguas que en otro tiempo fueron religioso, personas de alta moral y miembros de diversas iglesias, pero que no había recibido la regeneración del Espíritu Santo y por tal motivo en el momento del arrebatamiento de la Iglesia se quedaron en la Tierra, ahora, al escuchar la predicación de boca de los misioneros hebreos, se adhieren a ellos completamente (Apocalipsis 7:9-14). Ayudan a los predicadores ambulantes y cuando les es posible, los defienden.
Cuando el mundo se apresta a introducir la nueva religión universal y la adoración al diablo, todos estos millones se aprestan ahora para el encuentro del Señor que viene y para el establecimiento del reino de Dios sobre toda la Tierra, en lugar del reino del diablo existente.
El superhombre y su flamante gobierno, el estar ocupados en diversas reformas, en la eliminación de los sistemas religiosos muertos, preparando el mundo para la nueva religión estatal, aunque aborrecen a los dos profetas y a sus representantes -misioneros dispersados por todas las naciones, menospreciando su testimonio-, no tienen, por el momento, tiempo ni fuerzas para prestar atención a sus actividades, al estar absorbidos por quehaceres más importantes. El superhombre está obligado a soportar por espacio de tres años y medio la labor de ellos. Además, algunas tentativas de carácter local para impedir sus actividades terminan con castigos sobrenaturales, como sucedía en la antigüedad con los enemigos de Elías, que eran derrotados por Dios cuando intentaban prenderle.
Hacia el final del período de los tres años y medio todas las riendas del gobierno, el control sobre la vida política y económica del pueblo se consolida completamente en las firmes manos del superhombre.
De los viejos sistemas religiosos no queda ni rastro. Para el diablo y su hijo encarnado "el anticristo" llega el momento culminante de proclamarse el dios de todos los vivientes en la Tierra. Las religiones antiguas han sido exterminadas. La propaganda está preparada para que el pueblo adore al anticristo. Es fijado el día de la fiesta universal. En Jerusalén, donde recientemente se ha edificado su suntuoso templo en el mismo lugar donde estuvo situado el de Salomón, se erige con toda premura un majestuoso trono sin precedentes hasta el momento en el mundo, sobre el cual el superhombre se apresta a ascender como Dios, haciéndose pasar por Dios (2 Tesalonicenses 2:3,4). Los especialistas en arte y pintura, los grabadores de piedras preciosas trabajan febrilmente para hermosear el trono y finalmente terminan su labor.
De parte del diablo y su mundo todo está listo. Pero existe un obstáculo en el camino del superhombre hacia la conquista del último objetivo. Este obstáculo es el pueblo de Israel. Hemos visto que en el comienzo Israel lo aceptó como su mesías y concluyó con él un tratado de siete años. Cuando él limpiaba la Tierra de sistemas religiosos muertos los rabinos de Israel, confiados en que él posteriormente introduciría el judaísmo como religión universal, colaboraron en todo. Pero ahora ven que, en lugar del judaísmo, él se apresta a proclamarse Dios en el mismo templo que construyeron para el culto de Jehová. La erección del majestuoso trono y el contenido de sus proclamas político-religiosas los desengaña, ya que dicen que en cierto día señalado deberán arrodillarse delante de imagen todos los habitantes de la Tierra, y entre ellos también Israel; pero al judío le es imposible soportar esto.
En su tiempo Israel rechazó a Cristo, al legítimo Mesías, solamente porque estando en carne humana se llamaba a si mismo Dios. Por esta razón Israel, hasta el presente, no lo acepta. Los hebreos no pueden comprender el hecho de que el Dios Creador pueda estar en carne humana (Juan 5:16,18 10:31:33.
Existe gran efervescencia en Israel desde el primer dia de la entronización del anticristo. Los jefes religiosos y el gobierno lo recibieron como venido en su nombre, pero al parecer Moisés y Elías anunciando al pueblo que el pretendido Mesías era un impostor y que se prepararen para el inminente encuentro con el verdadero Mesías-cristo, la calado cada vez más hondo, sobre todo al ser apoyado con milagros manifiestos.
Al principio el pueblo desconfiaba de ellos, a excepción de los 144.000 "primogénitos" de Israel. Pero a medida que el superhombre manifiesta su carácter como tal, los ojos de los jefes religiosos de Israel se abren cada vez más, tomando conciencia de su error respecto al verdadero Mesías. Al apartarse del impostor sienten cada vez más afecto hacia los dos testigos de Dios.
Cuando la noticia sobre la intención del anticristo de proclamarse a sí mismo como Dios constituye un hecho inminente; cuando habrá comenzado la profanación del templo con la erección del trono construido en su interior, los jefes religiosos del pueblo, como un solo hombre, y tras ellos todo el pueblo, se pasan abiertamente del lado de los profetas y se sublevan contra el impostor. El pueblo entero como una sola alma está listo, si se requiere por la fuerza, a impedir la profanación del templo.
Pero ¿qué puede hacer un pequeño puñado de hebreos contra el señor universal, apoyado y deificado por todas las naciones?. El reconocimiento de esta impotencia obliga al pueblo a ponerse enteramente bajo la protección de los dos enviados de Dios, como antiguamente el pueblo estuvo bajo el amparo de Moisés y Aarón, en los tiempos de lucha con Faraón, porque estos dos profetas son seres sobrenaturales y sólo ellos pueden proteger al pueblo de su derrota y los castigos que amenazan a los rebeldes judíos.
En vista de que no hay manera de celebrar la ascensión al trono en el templo de Jehová, excepto por la supresión de los dos revolucionarios profetas de Israel, se aplaza la festividad hasta haber logrado la pacificación necesaria.
Concluido el tratado de siete años entre el anticristo y el pueblo de Israel, el amo se niega a renovarlo y comienza la terrible lucha, la última batalla entre Dios y el diablo, entre los poderes visibles de Dios y las fuerzas de Satanás.
Para despejar la Tierra de las personas que permanecieron fieles a Dios, le es indispensable, ante todo, a Satanás alejar a los dos profetas bajo cuya protección se encuentra el pueblo de Israel y todas las personas creyentes diseminados entre todas las naciones, fruto de la labor realizada por los misioneros hebreos.
Es cuestión de arrestar a estos perturbadores, y a tal efecto envía fuerzas para sorprenderles. Pero en el capítulo 11 de Apocalípsis leemos: "Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos: y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera".
En su tiempo, cuando el hijo de Acab, rey de Israel, enviaba a dos destacamentos de soldados -uno tras otro- para arrestar a Elías, fueron destruidos por el propio Elías con fuego que descendió del cielo y los consumió (2 Reyes 1:9-12).
No sabemos por las Sagradas Escrituras cuánto tiempo dura esta lucha con los profetas y qué tentativas emprende el superhombre para destruirlos por medio de sus subordinados. La lucha de Moisés con Faraón, de Israel con Egipto, en tiempo antiguos, con toda probabilidad duró unos cuantos meses, hasta que Egipto fue sometido al último castigo.
Ahora la lucha del superhombre con Moisés y Elías continúa -según parece por el estudio profético- por tres años y medio. El anticristo y todo el mundo que está bajo su dominio detestan a los dos profetas y a los misioneros enviados por ellos, diseminados por todos los países, y aborrecen a todos los que prestan oído a sus predicaciones y siguen sus enseñanzas.
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